El turbo es un elemento mecánico, famoso entre los usuarios porque los coches que lo llevan “corren más”. Y esto es cierto, aunque con matices. La fama del turbo viene de la década de los 80, cuando la tecnología turbo comenzó a ser usada de forma muy importante en competición. Los rallyes, con el famosísimo Grupo B o la Fórmula 1, fueron los escenarios más destacados de la tecnología turbo en Europa, haciendo que los coches alcanzaran prestaciones tan elevadas, que la FIA (Federación Internacional de Automovilismo) tuvo que poner límites para controlar la velocidad.
Durante aquellos años, el turbo pasó a adornar la chapa de muchos coches, principalmente versiones deportivas. Esto ayudó a que la fama del turbo aumentara cada día más y más hasta ser un objeto de deseo. Sin embargo, actualmente, los turbos no son nada del otro mundo, de hecho, una enorme cantidad de motores “normales” (casi todos los que no son híbridos), emplean el turbo para mejorar las prestaciones y reducir los consumos. Desde los más pequeños coches utilitarios, hasta los enormes SUV de siete plazas, tienen turbo. Y por supuesto, todos los motores diésel. A fin de cuentas, se trata de una tecnología que permite motores pequeños y de bajos consumos, con potencias y prestaciones de motores grandes.